Qué somos sino el lugar que ocupamos en la vida de los otros? Ese lugar privilegiado, protegido, inmaculado... que intentamos preservar a toda costa. Buscamos que su necesidad crezca, se alimente, se vuelva insana; que en sus ratos nos busque y nos quiera... Qué pasa cuando la persona que habita nuestras mentes es tan nueva, tan desconocida que solo el hecho de transformarnos en alguien se vuelve nuestra guía? Pienso que la poca experiencia es un arma de doble filo: por un lado, nos incita a jugarnos por ese nuevo individuo que entró en nuestra vida; por otro lado, nos empuja a corrernos, desaparecer, antes de que llegue el dolor.
Pero, repito, siempre terminamos siendo en pos de como nos ven los otros. Y siempre, sin excepción, la mirada de ese ser especial pesa mucho más. Cómo elegir cuando no sabemos qué somos, quién es él, qué quiere de nosotros...?
Nos arriesgamos ante lo desconocido? Arrojamos nuestra alma y espíritu a ese abismo de nuevas sensaciones?
domingo, 9 de agosto de 2009
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