miércoles, 28 de abril de 2010

Desde el subsuelo

Más allá de la inteligencia, la soberbia y la autosuficiencia, se esconde el alma, frágil y con una gran necesidad de reconocimiento y cariño. De qué sirven nuestros atributos si nadie puede apreciarlos y ser feliz gracias a ellos? Es verdad que cuando uno no es feliz no puede contribuir a la felicidad de nadie, pero no somos islas; nuestra naturaleza no nos permite vivir plácidamente en la más profunda soledad. La gente tiene mucho poder en sus manos, aun sin tener una clara noción de eso. No saben manejarlo, mucho menos utilizarlo con delicadeza. Dentro de todos se esconde un monstruo, famélico de fama y poder. Enfermo, hasta el último nervio de maldad, del más sádico de los placeres: vivir a costa de otro y ser mejor, también a cuesta de otro. Es difícil, es algo infernal... pero es. Más alla de los espíritus magnánimos, los individuos dulces e inocentes, existe eso. Todos poseemos un costado negro, que muchas veces es el dominante. Y duele verse rodeado de sombras, de garras... Ahogado por el olor a sangre y los gritos desgarradores. Leer en los ojos del desconsolado la desesperación y el vicio en los del codicioso, el poderoso, el adinerado; aquel que rompe cráneos con su pie de oro. Que esta seco como un desierto, pero que anhela olvidarse de aquello y de lo otro también. Vivimos evitando, aislándonos en una gran burbuja opaca, rosa, suave. Idealista y surreal. Una burbuja que nos protege de las caídas y de la locura diaria. Pero que también nos quita objetividad y, paradójicamente, no deja indefensos.

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