domingo, 20 de febrero de 2011

Una a una las paredes van cayendo; todos los escombros quedan sobra mi. Los golpes, el polvo, la sangre... no me dejan ver más allá de ese cuarto en ruinas.
Uno a uno, los ladrillos comenzaron a aflojarse, perdiendo su tamaño. Volviéndose minúsculos.

De repente, todo se desvaneció y la escuridad volvió, para arrastrarme a su guarida; para hacerme su esclava, una vez más.
No hay caminos. No hay manos. No hay nada; salvo yo y ella.
Juntas. Inevitablemente juntas.

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