Caen del cielo, como billetes, como gemas preciosas; solo que no podés verlo
solo te importa brillar, opacar. Deslumbrar, cueste lo que cueste.
Vender ese ideal por el que luchaste, el que te costo tu esencia. Por el que te desfiguraste.
Aún asi, pedís más, como un lobo hambriento. Rodeada de restos putrefactos, sangre coagulada en el piso y la blanca piel teñida de rojo.
No fue suficiente? No, el vacio en tus ojos denota esa obsesión, esa enfermedad.
Pobre víctima, pobre niña asustada. Solo quería jugar, una noche más, en el castillo con el resto de las princesas.
Vestida de noche, entre tules vaporosos, pinturas brillantes. Mármoles, cortinados de terciopelo, pisos relucientes. Todo cubierto de un mágfico polvo blanco.
La respuesta mágica a sus problemas, la espiral ascendente.
Pobre niña, pobre ingenua.
La espiral se invirtió, los principes solo supieron marcar su delicado rostro y las princesas... ya no existen. Al igual que los vestidos y el maquillaje; no son más que vagas ilusiones, una noticia perdida, una leyenda que ya nadie recuerda.
Pero ella sigue alli, olvidada, lastimada. Sedada.
Inmutable, implorando a cada dios que recuerda para que la mantenga con vida, una noche más, para volver; que su cuerpo aguante, una noche más...
Para regresar a su palacio y volver a ser feliz.
martes, 22 de marzo de 2011
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