martes, 10 de abril de 2012

Existe cierta belleza en la tristeza, que resalta las cosas.
Pone los sentimientos a flor de piel; los revoluciona.
Nos hunde en la más profunda miseria,
para recordarnos cuanto duele querer,
desear y fallar. Una y otra vez.
Verte fuera de todo;
sentirte un incomprendido,
salvo por tu tristeza.
Tal vez en ese anhelo de querer brillar,
nos alejamos de nosotros mismos.
Perdemos el eje y el fuego.
Nos apagamos en la lluvia,
buscando lavar nuestros errores
y amargos recuerdos.
Sumergidos en el mar,
al que todos aportamos algo.
La tristeza está siempre presente;
cala hondo.
Como un recordatorio de que nada es gratuito
y que todo cuesta un poco de sangre;
algunas cosas más que otras.
Y, en algunos momentos,
se siente como si ya no hubiese más nada
para entregarle a cambio.
No hay trueque; sólo deudas.
Deudas eternas con ella y con la vida.
Pero más que nada, con nosotros mismos
por dejarnos llevar.
Por aferrarnos a su comodidad
y a su punzante dolor
que nos hace sentir vivos,
para luego, terminar matándonos.

No hay comentarios: