Atravesó el cuarto a oscuras. No necesitó encender la luz porque conocía todo de memoria; sus restantes cuatro sentidos respondían a lo que los ojos no podían percibir. El calor que emanaba desde el extremo contrario la exaltó, se creía sola en la inmensidad de la casa. Cerró con cuidado la puerta. A pesar de que no había puesto llave, la habitación se colmó de una energía que la atraía hacia el centro.
La rodearon unos brazos como aferrándola herméticamente, pero no sintió miedo. Sin aún poder determinar de quién se trataba, y sin pensarlo demasiado, se dejó llevar.
La piel le ardía, le quemaba bajo sus dedos. El músculo en su pecho latía desaforadamente, absorbiendo la adrenalina del momento, como si fuera la última vez. Y de hecho, lo era. Su cuerpo se consumió. Su alma se elevó lejos de esa habitación, de esa casa, de ese mundo. Nada parecía real, salvo esa unión.
El suelo frió lastimó su espalda. Una capa fina de sudor cubría enteramente su cuerpo. Buscó, a su lado, ese individuo extraordinario, pero no pudo hallar a nadie salvo a si misma, el colchón, con las sábanas revueltas y un espejo, con marcas de dedos y aún empañado por el calor.
miércoles, 14 de abril de 2010
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