Quiero mirar con orgullo mis logros y a las personas que me rodean. Dedicarles mil textos y miles de lágrimas de alegría por seguir acá, después de todo.
Despedirme de antigüos rencores y presencias grises; olvidadas...
Figuras que se aprisionan en mi pecho y anudan mi garganta. Que tironean de mis brazos, impidiéndiendome finalizar los capítulos.
Pero, principalmente, quiero ser yo la que tenga la fortaleza de soltar sus manos; olvidar sus palabras y rostros; guardarlos como una enseñanza más en el fondo de mi mente, donde ya no puedan producir nada más.
Dejar de lado los arrepentimientos y reproches. Abandonar la carrera, para comenzar a apreciar cada minuto que vale el estar viva. Para fotografiarlo, atesorarlo y seguir. De su mano.
Con el apoyo de los demás.
Dejarme querer y sentir que lo merezco, olvidando mis defectos y los suyos. Valorando mi sentir y el de los demás.
Adiestrar mi inseguridad, volviéndola inofensiva. Neutralizando su daño, su adictiva sed de dolor y venganza.
Arrojar lejos, fuera de mi, la amargura que lo hechos produjeron y absorver esperanza de los que me mantuvieron y mantienen de pie.

Porque el que ya nada espera y acepta su realidad, nada tiene que perder ni por nada tiene que dejar de luchar.

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