jueves, 30 de diciembre de 2010

Repasó los números, incrédulo de que alguna fuerza superior hubiera respondido, por fin, a sus eternas plegarias. El tapizado verde estridente, el humo, la transpiración y los grotescos rostros encapuchados bajo kilos de maquillaje brillaban ante él, como una postal perfecta. Significaban el cielo mismo.
Agradeció haberse puesto ese odiado traje barato y visitado auqella cuna de perdición porque, por una vez en su vida, algo bueno había salido de allí: su boleto de escape de su odiada y gris existencia.
Como buen anfitrión, bebió hasta que su vejiga explotó y su cerebró abandonó su cuerpo. No había límite, no esa noche: era el comienzo de algo nuevo, algo grande, se dijo a si mismo. Aunque él todavía no entendía cuán grande podía ser...

Su cuerpo olía a sexo, cigarrillos y alcohol. Se apuró para vestirse y dejar la molesta resaca atrás. Mientras abotonaba su camisa, pensaba en todas las fiestas, autos y ropa cara por venir; las maldiciones que echaría a diestra y siniestra a todos aquellos osaron reirse de él y llamarlo perdedor; se arrodillarían y le pedirían perdón, para probar algo de su poder, su fama. Y como buen líder, les daría algunas migajas con tal de verlos a sus pies siempre. Igual que a esas putas, que antes lo miraban con desprecio y hoy saboreaban el aire plagado de glamour, con insterés brillando perspicazmente en sus ojos.
Mientras se colocaba sus zapatos, observó a una de las prostituas recostada sobre su propio vomito y no pudo más que sentir asco. Ya no pertenecía a esa esfera y sólo sentía ganas de golpearla y humillarla. Hacerla sentir la basura que era. Pero ya habría tiempo. Se limitó a escupirla e insultarla; dejarle en claro quién tendría el control a partir de ese momento. Grabar en su cabeza que no valía nada y que ahora él lo tenía todo.
En su vida, ya no existían los límites. Había dejado de ser una simple cucaracha, para convertirse en un león.
Se miró al espejo. Oyó un diminuto click y sólo pudo observar sus ojos, idos, lejos, mientras su frente rompía el vidrio del botiquín. Su cuerpo desplomado yacía allí, junto a los excrementos en el inodoro. Ni siquiera había tenido tiempo de arrojar la cadena. A lo lejos, una puerta se cerraba, dejando una billetera vacía y una mancha de vómito, sobre una cama, dentro de ese basurero.

~

no sé en qué carajo estaba pensando cuándo escribí eso.

No hay comentarios: