martes, 23 de agosto de 2011

Cada día, cumplís (a medias) con tus responsabilidades.
Gastás, viajás, hablás, escribís, leés, caminás.
Llegás. Buscás distracción.
Pasan las horas: necesitás más distracciones.
Llega la noche. Pesadillas, nervios. Intranquilidad.
Dejás todo para el día siguiente;
la eterna promesa de responsabilidad.
Sos consciente: asi nada va a cambiar.
Lo aceptás. Las fuerzas no vienen...
Qué más podés hacer?
Repetir, incansablemente, esto esperando,
en algún momento,
sentirte diferente.




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