jueves, 18 de julio de 2013

Parece sencillo el acto de creer,
de confiar sin pedir.
Avanzar a ciegas,
guiado por la mano del otro.
Pero qué sucede cuando esa mano,
la misma que nos sostuvo,
nos apuñala y esconde,
detrás de un velo de mentiras?

Se puede recuperar la inocencia
y lograr, de nuevo, una entrega total?
Se pueden borrar las marcas
que nos recuerdan cada golpe?

No. No se puede.

Por más fuerza e intentos,
se acostumbra a mirar con desconfianza,
a tocar sin dejar marcas
y a querer a la distancia.

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