Cada día, sentimientos que creía muertos resucitan de mi interior, trayéndome consigo imágenes conocidas, pero acompañadas de un fresco aroma a nuevo -algo así como esa suave brisa que mueve las copas de los árboles y nos envía un abrazo de la naturaleza-; ahora estoy recibiendo un abrazo suyo, a la distancia, acompasado a los látidos de su frágil e inocente corazón: máquina tan efectiva y, aún así, inexplorada. Del otro lado, se encuentra ese artefacto. No podría tildarlo de obsoleto, pero si de poco práctico; cada día, sus engranajes se retuercen y tensionan un poco más. Cada hora que pasa, la presión ejercida aumenta; tal vez imperceptible, pero aluego de cierto tiempo, se vuelve insoportaple. Ansía tanto ese contacto que estos días la mantiene más cálida que de costumbre. Se aferra cada minuto a él; a esa caricia invisible, pero poderosa. Esa presencia que le hace renovar su fe en todas aquellas cosas que el tiempo y la hostilidad de los otros habían logrado arruinar.
Pero, a pesar de todo -y gracias a Dios- nada volverá a ser como antes.
miércoles, 17 de febrero de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario